sábado, 23 de mayo de 2009

INSALUBRIDAD EN LA PLAZA DE LAS FLORES


Escenario Público se dio un paseíto por las distribuidoras de carne de la Plaza Las Flores, ubicada en el sector de Abastos de Bogotá y vaya sorpresa que se llevó.

A las 10 de la mañana del mes de abril el equipo periodístico llegó al lugar con el ánimo de verificar cómo era el manejo, tratamiento y distribución de la carne; el resultado no fue óptimo pues las deficiencias en el tema de salubridad se hacían evidentes.

El transitar de los consumidores, las voces de oferta de los productos y la reñida competencia entre los tenderos, engalanaban perfectamente las cabezas de vaca, vísceras y agua sangre tiradas en el suelo, de cemento, porque ni siquiera estaban enchapados algunos de los establecimientos.
Por doquiera que se mirara había trozos de carne reseca exhibida en bandejas con residuos de óxido, carretas llenas de las entrañas de las reses, lomos colgados sin refrigeración, carne expuesta a las bacterias del piso y cercana a los canales de aguas negras mal olientes, tenderos recibiendo el dinero de sus ventas con las manos libres de guantes que luego se disponían a tocar la próxima libra de carne para ofrecer, rostros desprovistos de tapabocas y uniformes, ya no blancos, sino marrón rojizo.

“A la orden, que va a llevar, le tengo la cabeza de marrano o la carnecita, usted dirá” ofrecía un tendero tratando de quitarle el cliente a su competencia. A unos cuantos pasos, el cuchillo afilado que apuñaba otro carnicero, deshuesaba la piel de la tercera cabeza de ganado expuesta en los pasillos a los ojos del público y colgada en una baranda improvisada de metal. En las separaciones que dividían un lugar de otro, canastas de plástico contenían más y más carne sin refrigerar y algunos pedasos de hueso que terminaban devorados por el apetito feroz de un perro que muy seguramente, así como los consumidores, acostumbra a visitar el lugar.

Más que propicias son estas condiciones en las que se encuentra almacenada la carne para que se desarrollen grandes cultivos de bacterias que si bien, no han enfermado a ninguno de los consumidores, pues ninguno de los que compra allí se queja, no quiere decir que no estén exentos de adquirir una infección en cualquier momento ya que es evidente la insalubridad del lugar. La doctora General de la Universidad Santo Tomás, Karen Estupiñán aseguró claramente frente a dicha situación que la carne ya viene provista de bacterias propias del animal que fue sacrificado y adicionalmente cuando la manipulación, almacenamiento y/o tratamiento de la misma es deficiente, las posibilidades de foco de infecciones y desarrollo de bacterias son mayores; “al ser ingerido este tipo de alimento puede causar graves molestias al sistema digestivo y dependiendo del tipo de bacteria las complicaciones son mayores al punto de requerir hospitalización y tratamiento” reiteró Estupiñán.

“Ustedes nos están grabando” gritaba exaltada una carnicera de la plaza cuando sorprendió a uno de los integrantes de nuestro grupo periodístico tomando registros del lugar. Rápidamente se logró salir de la situación con los equipos a salvo, pero sin embargo, una integrante fue abordaba por los carniceros quienes la remitieron a la administración del lugar, “ustedes no pueden tomar fotos, ni grabar aquí” decía la administradora, cuyo nombre no quiso divulgar. Con el firme argumento de que allí no se puede grabar porque han sido víctimas de robos a los establecimientos, dicha mujer pretendía buscar evidencias que pudieran ser eliminadas. Finiquitado el hecho, aquellos argumentos dejan al escarnio público, la duda de si ¿en verdad han sido víctimas de robos o por el contrario quieren esconder aquello que no esta funcionando bien?, porque como dice el dicho, el que nada debe…

Ahora bien con el conocimiento de la notable insalubridad en la Plaza de las Flores, otras incógnitas crecen ¿Dónde están las entidades encargadas del control y vigilancia en estos casos como son, la Secretaría de Salud y el INVIMA? ¿Qué pasa con los expendedores que se atreven a vender carne que no esta siendo adecuadamente manipulada? ¿Por qué los consumidores compran allí sin ningún problema si es evidente que la salubridad es deficiente?

Para resolver éstas dudas y establecer acuerdos y soluciones, Escenario Público está preparando un debate público en la Universidad Santo Tomás, el cual será debidamente informado los próximos días, recuerde que es indispensable contar con su presencia y comentarios.
Por: Cindy Castiblanco Herrera.


domingo, 17 de mayo de 2009

Mañana será otro día... 24 Horas con Luís Quiroga

Luís Quiroga es un carnicero joven, audaz, “mamagallista” y en algunas ocasiones confianzudo; trabaja para su padre en el “El Llanero”, un granero que ha construido su familia durante toda la vida. Sin embargo, Lucho, no es de Bogotá, es un santandereano de pura cepa que tuvo que venirse a muy temprana edad a vivir en la capital, pues según Don Antonio, su padre, aquí estaba la “platica”.


Ahora que sabemos quién es Lucho, vamos emprender un exhaustivo viaje por algunos bofes, costillas, “colombinitas”, patas y pezuñas; productos que lo acompañan en su diario vivir y lo convierten en un experto en cortes, empaque y tratamiento de los productos cárnicos que vende. Lucho, es conocido en el sector por ser un muy buen tendero, pues a las amas de casa les encanta su forma de atenderlas “Luchito, deme una libra de carne de bola, pero bien flaquita, usted sabe, así como me gusta, o si no, le traigo la olla”, aseguran una vez tras otra las clientas de “El Llanero”.


Fotografía tomada por Natalia Pinilla Márquez, el 15 de Mayo de 2009. Bertha Suarez, cliente fija del granero no se cansa de repetir lo mucho que le gusta la forma de ser del carnicero “Lucho, es un muy buen muchacho, lo atiende a uno bien, es honesto y amable, además a las viejitas les tiene paciencia y lo mejor de todo, es que no lo atiende a uno de afán”. A pesar de que sus días inician a las 5 de la mañana y terminan a las 9 de la noche, no hay un momento del día en que esté de mal genio o haciendo mala cara, probablemente se deba a su juventud y a su pasión por el trabajo, ya que cada vez que habla de su oficio lo hace como si se tratara de su hobbie o pasatiempo.


A las 5 de la mañana, debe salir hacia el frigorífico “Carnes Angus”, pues aunque ya es amigo del administrador debe llegar temprano, de lo contrario no le apartarán la carne y correrá el riesgo de que le dejen “los sobrados” o la carne del día anterior. Lucho asegura que “a mí me gusta lo que hago y no me importa madrugar, a veces toca sacrificarse y como me voy en bicicleta hasta “Carnes Angus”, de pasito hago algo de deporte”; esta mañana debido a que decidimos acompañarlo a hacer sus compras cárnicas le tocó dejar a “la negrita” guardada (su bicicleta).


Lucho llega aproximadamente a las 7 de la mañana (cuando se va en “la negrita”), arregla la carne en los mostradores y se dispone a desayunar, no le toca ir muy lejos, pues vive sobre “El llanero”, cuando llega de hacer sus compras Doña Alba, su madre, le sirve chocolatico, carne de “espina frita”, huevitos y pan; para ese entonces ya son las 8 y empiezan a llegar sus clientas: “Lucho esto, Lucho lo otro, Lucho, Lucho, Lucho”, es envidiable la capacidad que tiene para escuchar tantos pedidos a la vez y atenderlos correctamente todos. “La hora fuerte para él es de las 8 de la mañana hasta las 11, por eso no lo obligo a que se quede conmigo todo el día, además las clientes ya saben y si llegan después de las 11 no hay carne para ellas, porque yo no voy a arriesgar mi salud metiéndome a esa nevera” asegura Don Antonio.


En este breve respiro, Lucho le ayuda a su madre en las tareas de la casa, se ve con su novia y con algunas de sus amigas, ya que según él “uno tiene sus amiguitas, no ve que aquí vienen muchas niñas y me echan el ojo por ser tan lindo”. Realmente tienen bastante tiempo para dedicarle a sus aventuras románticas, pues a las 2:30 de la tarde “El Llanero” cierra sus puertas por razones “alimenticias”, pues Don Antonio debe ir a almorzar y en consecuencia, tomarse su siesta de la tarde y las 5:30 vuelve a abrir.


“A esa hora es que empieza a moverse esto, porque la gente llega del trabajo y entran a comprar lo de la comida o lo del almuerzo del día siguiente, le compran la lonchera a los niños y compran la leche para el desayuno”, aclara Lucho. En un abrir y cerrar de ojos, el granero se llena de clientela, de niños, de perros e inclusive de gatos, que acompañan a las clientas a comprar la comida. Por un lado está Don Antonio, con su seriedad y tosquedad diciendo “qué va a llevar”, y por el otro, está Lucho “hola, cómo estoy, qué quieres que te dé”. La ambigüedad de estos dos personajes es tal que las señoras tratan bruscamente a Don Antonio y amigablemente a Luchito, quien les fía e intercede ante su padre para que él también lo haga.


De repente son las 9 de la noche hora de cerrar “El Llanero”, Lucho se apresura a recoger los bultos de papa que hay afuera y a bajar la reja, pues a pesar de que sus horas laborales no son muchas, exigen bastante presión, concentración y táctica, pues no cualquiera maneja ¡semejante cuchillo! Con la precisión que él lo hace y sin ningún tipo de protección. Finalmente, su día laborar termina con la orden de su padre “cierre a ver Lucho, ya estoy muy cansado, mañana será otro día”.

Escrito por:

Escenario Público